Remy

El día en el que aprendí a volar no fue exactamente tan perfecto como lo esperaba. Recuerdo que era un día como cualquier otro, nada especial. Un total fiasco. Todos los días de mi vida, desde que tengo memoria, había esperado el momento, no el momento de volar, sino el momento de ver mis alas, pues desgraciadamente nací sin ellas. Pero esto no me impedía ni mucho menos me quitaba la ilusión que algún día misteriosamente, milagrosamente o mágicamente surgirían dos hermosas alas de mi ser, no parecidas a las de un ángel o las de una linda ave ni tampoco alas temibles de murciélago, sólo quería ver unas alas en mi espalda.

Todas las mañanas me levantaba y me asomaba en el espejo para ver si dos alas habían brotado de mi ser. Lástima, nunca sucedió eso, pero no me daba por vencido. Así continué dos años de mi vida esperando el momento de ver mis alas. Hasta que un día, sí un día como cualquier otro, cuando todo lo creía perdido y me daba a la idea de olvidarme de ellas y de olvidarme de volar y ser libre; brotaron mis hermosas alas. Dos hermosas alas parecidas a las de un ángel propio de los cuadros de Bouguereau. Me encantaban, en verdad eran hermosas y quería presumirlas a todo el mundo pero sabía que eso costaría mucho pues los humanos son criaturas en las cuales uno no pueda confiar, y es que había dejado de ser humano para convertirme en un ser divino; un ángel.

Aunque era feliz con mis alas aún me falta una cosa que hacer; ser libre y alejarme volando. Algo que aprendí ese día fue que usar alas no es tan sencillo como lo esperaba, no se les puede mandar señales eléctricas como a los brazos para que actúen, son un poco más complicadas de manejar. Pero era un joven ángel dispuesto a volar libremente en el cielo así que decidido de mi encomienda subí a mi azotea, abrí mis alas magnificentes que radiaban gracias a los rayos de la luna, me dejé llevar por el viento cálido de la noche y di un paso al vacio.

La caída era tan horrenda, el viento me pegaba brutalmente en la cara, los ojos salían chispados de mis cuencas, el piso estaba cerca y mis alas no reaccionaban. El miedo se apoderaba de mí y en un acto inconsciente mis alas se batieron, volaba. Alcancé la gloria, el vuelo, la libertad. Volaba libremente, jugaba en las nubes, acariciaba a la Luna, me escondía entre parvadas, era tan hermoso. Hasta que Dios se detuvo a observarme, estaba celoso de que un ser divino fuera tan feliz en su mundo, así que caprichosamente tendió sus manos y de ellas surgieron dos temibles rayos que cayeron sobre mí. Mis alas se quemaron y caí vertiginosamente sobre el pavimento. Cuando recobré la razón, descubrí que mis alas estaba arruinadas y junto a mí se encontraba una nota acompañada de una pluma hermosa: “No está en la manos de un humano ser libre como un pájaro y ser tan feliz como el viento, el lugar de un hombre es la tierra no el cielo”. Lloré mucho y maldije a Dios por sus caprichos y tontas leyes. Pero me supe levantar y aprendí que el primer vuelo siempre es malo. Ahora recupero fuerzas para volver a emprender otra vez el vuelo, llegar al cielo y arrojar a Dios por la borda. Un hombre puede ser destruido pero jamás derrotado, y yo, soy un hombre.
5 Responses
  1. Anónimo Says:

    yo merengues...

    worales... sin palabras
    este texto creo que es el que mas me ha gustado te la rifas remi... te la rifas

    woooooooooooooorales
    rifadooooooooo


  2. ghaby Says:

    genial joven remy!!! ^^

    usted es tan versatil para escribir ^^

    y eso es muy muy bueno

    me encanto tu cuento ^^

    muy lindo


  3. Chido!

    La última frase no tiene abuela...

    Saludos!


  4. DeLiA Says:

    Que onda Remy como siempre genial eh
    genial la manera de redactar. super super bien!!!!

    seguiré al pendiente de lo que escribes saludotes


  5. Tio Lobo Says:

    O que buena lectura me acabaste de dar muy wena escribe mas de este tipo por favor mi amigo